Jorge O. Navarro Barrios. Voluntario del Grupo Universidad de ONGAWA.
Octubre de 2002. Ciudad de Matanzas, capital de la provincia homónima, Cuba. Estación de Ómnibus interprovincial. Tras ocho horas esperando allí, el cuerpo empieza a exigir que atendamos una de sus necesidades básicas. Uno, que se conoce la situación de los “aseos” públicos (y nótese que aseos lo pongo entrecomillado), intenta aguantarse lo máximo que puede. Pero, por todos es sabido, que cuando llega el momento, poco podemos hacer por retrasarlo.
Mi abuelo siempre me dijo, que cuando fuera de viaje me llevase siempre una cuerda y una revista. Objetos que ocupan poco y que siempre pueden ser de gran utilidad. Haces acopio de tu revista y afrontas el camino de los “aseos”. Ya sabes lo que te vas a encontrar cuando abras la puerta, todo aquel que haya nacido en Cuba está acostumbrado. En la izquierda, una fila de agujeros hediondos y manchados en el suelo, que ni siquiera tienen una mampara que los separe. Entre agujero y agujero, un cubo llenos de periódicos y páginas revistas estrujadas -he aquí el uso de la revista, pues no esperes que haya papel higiénico-. Justo en frente hay un bordillo y desde él hasta la pared el suelo ligeramente inclinado hacia un desagüe, para aquellos cuya necesidad se puede solventar de pie. A la derecha una serie de grifos mohosos, que presumiblemente no funcionarán, pero que nadie tocará. Todo ello envuelto en un hedor que vas a tardar en olvidar. Usar este “aseo” requiere una serie de habilidades, que cualquier cubano irá aprendiendo con el tiempo. La costumbre, y la resignación de quien sabe que una mejora no va a llegar, hacen que resulte menos escatológico. Hablo de un “aseo” para hombres, no conozco el de mujeres, pero no debe distar mucho en cuanto a distribución, limpieza, olor o funcionamiento, lo cual, las colocas en una situación aún peor. Estos “aseos” eran iguales en todas las estaciones de autobuses interprovinciales, y en alguna estación de tren.
Siendo sinceros, evitabas tanto aquellas situaciones que pocas veces te encontrabas con la necesidad apremiante de utilizar estos “aseos”. Siendo previsores, y con algo de suerte con las averías de los autobuses no tenías que llegar al extremo de utilizarlos. Pese a todo, son una realidad, y cualquier cubano lo tiene en mente, por eso, verás que todo viajero cubano lleva consigo una revista antigua, de papel sin satinar. La situación no te escandaliza. Sabes que existe y tratas de evitarla.
Junio de 2003. Llevo en España tres meses, y he viajado mucho por su geografía (Barcelona, Granada, Valencia…). Me sorprendo en cada viaje llevando una revista, aquí casi todas son de papel satinado, y sé que nunca tendré que darle su utilidad de antaño, pero aun así la llevo conmigo, cosas de la costumbre. El tiempo pasó, y al igual que otras muchas, fui perdiendo esta costumbre.
Julio de 2011. Viajo a Cuba, para visitar a viejos amigos. Desde La Habana tenemos que ir a Santiago de Cuba. Podría pagarme un avión, pero mis amigos cubanos no, y yo no puedo pagar el avión a todos. La solución es recurrir a la siempre eficaz -si no eres cubano, he de aclarar que esto último es irónico- Ómnibus Metropolitanos, la empresa dedicada al transporte por carretera de Cuba. Por el estado de la carretera y el propio autobús el viaje será fácilmente de catorce horas. ¿Cómo no?, surge un problema -algo relacionado con el combustible- y tenemos que detenernos. Paramos en Villa Clara. Llevábamos diez horas de viaje, y preveíamos pasar en aquella estación al menos otras tres. El ciclo interno de la comida sigue su curso y, como es natural, me surgen ciertas necesidades. Me viene a la cabeza viejos recuerdos y me descubro sin revista. Pregunto a mis amigos y ellos, que no habían abandonado nunca nuestra Cuba natal, mantenían viejas costumbres, y me dejaron algunas páginas de alguna revista. Entro en los “aseos” y el impacto es brutal. Tanto tiempo fuera, sin tener en mente esta realidad me hizo entrar desprevenido. Por momentos pensé que no podría hacerlo allí. Aquello ya no me parecía normal. Os reconozco que en aquella ocasión lo pase muy mal. Me había acostumbrado a “lo bueno”, me había acostumbrado a “lo de aquí”.
Esto sucede en Cuba, que dentro de sus dificultades, no es uno de los peores países en cuanto a saneamiento. Esta situación por muy mala que parezca es infinitamente mejor que la situación en la que viven millones de personas en todo el mundo (la mayoría en África). Por muy mala que parezca esta situación es mucho más segura e higiénica que hacer tus necesidades al aire y/o en las mismas aguas de las que tú u otra persona (rio abajo) van a beber. Desde ONGAWA trabajamos para esas millones de personas que defecan peor que como se hace en las estaciones de autobuses interprovinciales de Cuba, lo hagan al menos, como allí. Nos encantaría que cada persona tuviera acceso a un váter para poder cagar en paz, tranquilos y seguros. No es un capricho. Tener acceso a un sistema de saneamiento eficaz reduce muchísimo enfermedades, que aquí aparecen solo en algún caso de House M.D, como la diarrea o el cólera. Aquí tenemos asumido que cuando tengamos que defecar, siempre tendremos un baño cerca. Podremos ser más o menos escrupulosos, y esperar a llegar a casa o hacerlo en la universidad, pero ese derecho, sí, Derecho Humano al Saneamiento, lo tenemos asegurado.
Vivimos rodeados de váteres, pero no somos realmente conscientes de lo afortunado que somos. Aquí cuando hablamos de cagar, mierdas o similares (si es que alguna vez hablamos en esos términos) se reduce a un emoticono del Whatsapp. Una caquita que nos hace gracia. Tenemos pudor a hablar sobre el tema, por eso desde ONGAWA intentamos concienciar a las personas informándolas sobre una problema, que puede resultar desagradable, pero que existe, y queramos o no mata personas. En nuestra mano está pedir a nuestros gobernantes o involucrarnos con ONG como ONGAWA, no para poner un váter en cada casa de África o la India, sino para conseguir que al menos haya unas letrinas en las afueras de los pueblos más pobres o en los arrabales de alguna gran ciudad. Una letrina, que muchas veces, cuesta menos que la pegatina que se le pone.